Ésa

ella

Esa inquietud que me produce leerte, que me provoca tu nombre. Esa vieja incertidumbre de no tener claras las cosas, de la percepción difuminándose como se difumaban los contornos de los dibujos de primaria. Ese escalofrío que igual recorre la espalda cuando comienzan a tocarme desde la nuca, como podría recorrer cualquier parte de este cuerpo que no tocas. Ese minuto suspendido entre el decirme que me llamas y el llamarme, ese terrible minuto donde tengo que decidir si descuelgo para escuchar algo que siempre declino o me quedo mirando la pantalla esperando que te aburras de pedírmelo. Esa noche en que mejor estaría contigo que pensando por qué no lo estoy, dando vueltas en la cama hasta que llegue el día en que no habrá cama suficiente para darle vueltas a las cosas. Esos días en que te encuentro de forma inesperada cruzándote en mi camino o en mis miradas, sopesando el silencio que te envuelve y que yo no sé romper sin romperme. Estos meses que no te he visto ni te he querido ver y que sin embargo, te he tenido presente cada día que recordaba de qué forma necesito alguien en mi vida preparado para desmontarme, y para volver a montarme, con todas las connotaciones. Esta última semana, que has estado realmente lejos y que realmente he deseado que estuvieras cerca, ha sido cuando me he dado cuenta de todas esas pequeñas cosas que te hacen grande: que ésa, ésa que te provoca desprecios e iras, pero a la que quieres como no quisiste ni querrás a ninguna otra, ésa, que dices que no existe más que en tus sueños… Ésa, es la razón de tu existencia y en todas sus formas hará de ti humo, cenizas y letras.

Lucía

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