Te recuerdo

Te recuerdo cuando me miro cada mañana desnuda en el espejo e intento encontrar esa belleza que tú dices que tengo. Te recuerdo cuando me visto y mis manos rozan la piel y me da un escalofrío y se me eriza el vello, como si tú estuvieras recorriendo cada centímetro de mi cuerpo y a la vez, echando de menos el tacto de tus manos firmes sobre la espalda, sobre los muslos… Te recuerdo cuando me peino, es como tu mano acariciándome el pelo y esa sensación de relajación que casi nunca tengo. 

Después, cuando cojo el coche, te recuerdo en el asiento del copiloto, sin miedo… Y recuerdo cómo a veces, de repente, me agarras la cara y me das un beso en la mejilla, como una forma de pedir disculpas o de aceptar las mías. Te recuerdo camino del trabajo o volviendo de él, cuando me llamas y se entrecorta la llamada y parecemos dos besugos hablando. Te recuerdo en el trabajo, todos los días cuando me dabas los buenos días y cuando de repente te veía con ese polar gris que te quitaría solo para contemplar tus brazos y agarrarme a ellos. Te recuerdo dormido en la habitación, recuerdo tus ronquidos y cómo te mueves cuando estás inquieto. Recuerdo también tus abrazos, esos con muchísimo cariño, porque dentro de ellos parecía que nada malo podía pasar. La secuencia siempre era la misma, te acercas y me rodeas por completo, me tenso, respiras profundo, intentó acompasar la respiración y me venzo, me relajo aunque sigo inquieta, tanta proximidad y tanta atracción no resuelta… y te separas y me miras y sonríes… 

Te recuerdo cuando al llegar a tu habitación me salías a recibir y buscabas mi boca en la oscuridad y me empujabas contra la pared, ansioso. Te recuerdo cuando con el tiempo, ya no hacía falta ese ansia sino más cariño e intimidad, hacerlo tumbados, hacerlo de espaldas, hacerlo en silencio… Te recuerdo al irme, dejándote dormido o dándome un beso en la boca, discreto pero tan de echarme de menos… Te recuerdo cuando dejamos de hacerlo, cuando ya no era necesario regalarme cosas, traerme comida o chucherías, comprar mi cariño, ese que siempre te di a pesar de no haber tenido nada de eso nunca.

Te recuerdo diciéndome constantemente que me querías, que me quieres, y en cada uno de esos recuerdos veo que en realidad, quieres a demasiada gente. Te recuerdo cuando voy al cine y veo escenas de sexo, te echo de menos entonces y me da por decirte que quiero volver a tener eso… y tú me sigues el juego unos minutos para después reflexionar y volver al mundo de los recuerdos.

Porque somos eso, recuerdos de cosas que hemos vivido, de una relación que evoluciona o que se deprime. Y en realidad, tengo miedo, miedo de que al final, todo sea solo un recuerdo…

Momentos

Es una noche más en su mundo de todos los días y, como todos los días, se acuesta encogida en una cama que le viene demasiado grande para tan pequeña como se siente. Se acuesta sola con el deseo de sentir esos brazos que la rodeaban no hace tanto tiempo. Tiene ese momento de debilidad en el que toda la fachada que crea a su alrededor se desmorona, esa fachada que grita que no necesita a nadie, que no necesita amor ni cariño, que no está esperando nada.

Su momento de máxima melancolía es de noche, siempre ese ratito antes de caer rendida. Es su momento de soledad absoluta, reflexiona sobre lo que ha pasado en el día, selecciona los recuerdos que quiere guardar y aquellos a los que no iría mal tergiversar en un bonito sueño. Es el momento de echar de menos. 

De repente comienza a caer una lluvia que rápido se convierte en tormenta, y se siente más sola. Adora esa sensación de estar en la cama y oír el agua caer, es el momento perfecto para acurrucarse en esa persona que duerme al lado fingiendo que te da miedo la tormenta, esperando un abrazo o un beso o, quien sabe, quizá un arranque de sexo. Basamos nuestra vida en esos pequeños detalles que provienen de los sueños más profundos que tenemos desde niños o que recolectamos a través de películas llenas de romanticismo. Basamos nuestra vida en esas ilusiones, topándonos con la realidad en el instante en que comienza la lluvia, nos giramos en la cama y no hay nadie a nuestro lado. 

  
Ella no llora cuando sus sueños se enfrentan con su soledad. Sin embargo, basta una mirada más profunda para darse cuenta de la tristeza que le cruza los ojos, esos ojos que ya nadie observa con entusiasmo, que hace tiempo que nadie le halaga. Para ser sinceros, hace tiempo que ella no llora por nada.

Se vuelve a acurrucar en la cama, en el lado izquierdo de la cama. Desde pequeña, ese era el lado que daba a la pared y en caso de haber hecho un mal movimiento, no habría podido caerse. Ahora su cama está en el centro de la habitación pero sigue durmiendo en el lado izquierdo sin la seguridad de que nada ni nadie detenga ese mal movimiento. 

Sus pensamientos, sus miedos y sus ilusiones se detienen siempre en el momento en que queda vencida por el sueño. Ya no tiene esa necesidad de recrear los acontecimientos del día para dormirse. Hace tiempo que llega tan cansada y tan abatida que se rinde sin luchar. Para ella ha llegado ese momento. 

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La vida está llena de esos momentos perfectos o precisamente imperfectos, momentos de debilidad, de melancolía, de soledad, momentos de ilusionarse o de rendirse. Todo en la vida es un momento en que eliges o dejas de elegir. En que duermes o dejas de dormir.